27 de junio de 2016

Enterrado en Marte

Relato Breve

Imagen del planeta marte, paisaje de rocas

A continuación les presento mi relato Enterrado en Marte que quedó
finalista en el concurso Microcorazón del portal Sweek.


Aún intento descubrir si te odio por cambiarme la vida, o si te amo por la misma razón, John.

Esa mañana desperté desorientada... intentando recordar dónde estaba, a pesar del aturdimiento que sentía.
Todo en la habitación era blanco, limpio, digital; algo similar a la habitación de una clínica de última tecnología para ricachones, sólo que no era una clínica en la tierra... El letrero de metal sobre la puerta anunciaba: "ENFERMERÍA QZ"

Entonces recordé todo de golpe, y el dolor físico fue el menor de mis males. Ahogué un grito al tiempo que intenté incorporarme. No pude levantarme. Mis brazos estaban atados a la camilla con un par de correas metálicas. Era absurdo, ¿cómo podría escapar de una nave espacial?

No tenía sentido, a menos que temieran que me infringiera daño, lo cual era muy probable tras recordar la trágica muerte de John. John McCain, de 27 años, líder prometedor de la Brigada Z, capitán de la nave Solaris QZ, jefe de la misión de reconocimiento a Marte, y mi prometido. Muerto en misión, convertido en "Héroe de la base Alfa", por haber salvado a sus subordinados, al personal de la base... y a mí.

John y yo solíamos organizar pequeños paseos en nuestro tiempo libre. En mi turno solía llevarlo a los invernaderos que estaban a las afuera de la ciudad. Esa era la única forma en que podíamos disfrutar un poco de naturaleza en una ciudad como la nuestra, donde todos los espacios eran grises. Gris, ese es el color del frío metal que recubre todas las estructuras y construcciones. "La Ciudad Metálica", así la llamábamos. Tengo vagos recuerdos de mi infancia, en ellos veo a mi familia disfrutar bajo la sombra de alguno de los pocos árboles que seguían de pie antes de que fueran sustituidos por los paneles de ventilación artificial: un complejo sistema de tuberías que controlan el aire que respiramos. Tubos azules, rojos y verdes que distribuyen y reciclan todo el oxígeno, nitrógeno y dióxido de carbono de la atmósfera.

Los días que le tocaba a John, invariablemente me llevaba a la base Alfa. Se empeñaba en mostrarme todo. Ese día me dio un "tour" por la nave Solaris. Quedé maravillada ante el despliegue de la más avanzada tecnología. Cuando decidimos regresar a la base ocurrió: una explosión repentina. John me empujó de vuelta al Solaris y me pidió que lo esperara. Desde la compuerta podía verlo ir y venir con su pulcro uniforme de la agencia espacial, poniendo orden en el caos, salvando a sus compañeros. Cuando todo parecía volver a la normalidad, se acercó a las escaleras para abordar y entonces fue cuando la segunda explosión acabó con su vida.

La enfermera de guardia me dijo que John tenía un testamento en el que exponía su última voluntad: ser enterrado en Marte. Por lo que la nave, conmigo a bordo, se dirigía a toda prisa hacia el planeta rojo, para dar cumplimiento a su destino, llevar a John a su última morada.

A sus compañeros astronautas no les gusta tenerme a bordo, soy una intrusa en el Solaris, lo sigo siendo. No tengo la más mínima idea de cómo voy a sobrevivir aquí, sin tener conocimientos de ingeniería espacial. Sin John...
Finalista Microcorazón Sweek

Puedes leer este relato en Sweek


Por: Gissi Rodríguez. 
Todos los derechos reservados.

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Gracias por leer.

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Oleh

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