La Trampa
“Las
paredes del pabellón estaban adornadas con hermosas panoplias de armas, y entre
ellas se veía una hermosa espada, grande y fuerte” Paul Féval. “El Juramento de
Lagardere”
El palacio fue puesto de cabeza ante la
desaparición de la princesa.
El rey dispuso que miles de guardias armados recorrieran las calles buscándola. Colocaban carteles ofreciendo una generosa recompensa en oro a quien diera información sobre su paradero. En los distritos rurales y las aldeas sólo se hablaba de "La Princesa Fugitiva".
El rey dispuso que miles de guardias armados recorrieran las calles buscándola. Colocaban carteles ofreciendo una generosa recompensa en oro a quien diera información sobre su paradero. En los distritos rurales y las aldeas sólo se hablaba de "La Princesa Fugitiva".
Los aldeanos inventaban historias, le
decían a los niños que la princesa había sido secuestrada por el “Espadachín de
Negro”. Otros contaban que se había escapado con un comerciante japonés. Poco a
poco, la iban convirtiendo en una especie de heroína popular.
Entre tanto, Yoon Hee lograba pasar
desapercibida de aldea en aldea, usando ropas de plebeya. Era difícil, pero se
acostumbraba rápidamente a vivir sin los lujos de la vida palaciega. Estaba
determinada a encontrar pistas sobre el paradero de In Sung y haría lo que
fuera necesario para lograrlo. Buscaba información en el mercado, recorría las
tiendas y puestos itinerantes de los artesanos, escuchaba las conversaciones de
los pobladores y realizaba trabajos ocasionales. Aprendió a servir comida y
preparar cerveza de arroz. Descubrió que los magníficos abulones que se
consumían en el palacio eran procedentes de la Isla Jeju, conoció e
hizo amistad con un par de Haenyo (10), las tradicionales pescadoras que desafiando
el peligro, buceaban a pulmón en el mar para recoger conchas y otros moluscos.
Al cabo de unos días, Yoon Hee escuchó
que un noble proveniente de Hanyang se encontraba en una de las villas
cercanas. Decidió ir a investigar, esperanzada ante la idea de que se tratara
de In Sung. Le pagó a un joven para que la transportara en palanquín. El cómodo
trasporte la dejó a orillas de un camino pedregoso por el que forzosamente
debía seguir a pie. Caminó de prisa un par de kilómetros evadiendo la frondosa
y espesa vegetación, hasta que el cansancio la obligó a detenerse. Parecía un
cachorrito lastimero vagando con rumbo incierto por una vía extensa, solitaria
y silenciosa.
Estaba cansada, fatigada y hambrienta.
Las largas horas pasadas bajo el sol empezaban a hacer mella en su cuerpo y
sabía que la deshidratación la dejaría sin energía en poco tiempo. Se lamentó
de no haber traído las provisiones necesarias. “Es una suerte que tengo el arco
y unas cuantas flechas”, pensó.
Decidió descansar un rato antes de reanudar
la búsqueda. Se arrimó a la sombra de un árbol y se quedó dormida sobre el
montón de hojas secas con las que el otoño empezaba a bañar los caminos.
Al despertar, decidió regresar sobre sus
pasos en busca de agua y alimentos. Mientras caminaba, miles de recuerdos se
agolparon en su mente y se entristeció ante el rumbo incierto que había tomado
su vida. Extrañaba profundamente a su padre, a pesar de sentirse traicionada.
Seguidamente recordó a In Sung, y deseó con sinceridad, que tuviera éxito en la
misión de atrapar al espadachín.
De pronto, sintió una fuerza poderosa que
la elevó con violencia del suelo, dejándola suspendida en el aire,
balanceándose de un lado a otro. Docenas de cuerdas se habían anudado a su
alrededor. Cuanto más intentaba desatar los nudos que la aprisionaban, más
fuertes se hacían éstos, causándole daño. “Parece el trabajo de un cazador
experto”, pensó con temor.
Le vinieron algunas ideas a la cabeza:
gritar, pedir ayuda, silbar, pero no lo hizo. No se atrevía a hacer ruido por
miedo a llamar la atención de los bandidos que solían merodear por aquellos
parajes inhóspitos. Luego, fue invadida
por sentimientos de soledad y desdicha. “¡Esta será mi muerte!”, se decía a sí
misma. “¡Es el fin!”
Al cabo de unos minutos, divisó una
figura difusa ubicada a unos cuantos metros de distancia. Era un jinete que al
galopar, levantaba una polvareda que dificultaba la visibilidad. A medida que
se acercaba, la silueta se hacía más nítida y finalmente pudo distinguirla...
era un joven vestido completamente de negro.
Yoon Hee lanzó un grito de horror al
descubrirse en presencia del “Espadachín de Negro”. El rebelde tenía entre sus
manos un arco y apuntaba una flecha en su dirección.
–¡No lo haga! –suplicó temblando de
miedo–. ¡Por favor, no me mate!
En cuestión de segundos, escuchó el
indiscutible sonido de una flecha al ser disparada y cerró los ojos ante su
muerte inminente.
A continuación, se sintió caer al suelo y
se llevó un buen golpe. La flecha había cortado las cuerdas que la tenían
colgada del árbol, con eso, aunque seguía atada, al menos estaba en el suelo.
Intentó dejar a un lado el pánico que aquel espadachín le causaba. No podía
creer que estaba tan cerca del ser con el que tantas veces había soñado, le
parecía algo irreal. A duras penas logró balbucear las siguientes palabras:
–Había escuchado que usted era un asesino
despiadado, pero veo que es capaz de salvar a una dama en apuros...
–¡Cállese Ahgassi! (11) Si la he salvado es
porque necesito colocar esa trampa nuevamente, no porque usted me inspire la
más mínima compasión.
–¡Qué insolencia! –repuso la joven
indignada–. ¡Si usted supiera quién es mi padre, no se atrevería a hablarme en
esa forma!
–Me importa muy poco si usted es hija del
jefe de Educación o nieta del jefe de la Oficina de Asesores Especiales, o peor aún,
sobrina de algún magistrado –exclamó el espadachín irritado–. Mejor no siga
hablando, porque si me entero que es familiar de alguno de esos funcionarios... la mataré.
Yoon Hee comprendió que era mejor
quedarse callada, de todas formas, no podía revelar su verdadera identidad ante
aquel conspirador. Una voz interior le recordó que no debía confiar en nadie.
Sin embargo, logró reunir el valor suficiente para pedirle ayuda:
–Por favor, necesito liberarme de estas
cuerdas, me están haciendo daño.
Para su sorpresa, el espadachín se acercó
despacio, con calma fue desatando los nudos uno a uno. Cuando Yoon Hee estuvo
libre, sintió alivio y un sincero agradecimiento. Intentó ponerse en pie, pero
las heridas en sus tobillos eran demasiado severas y le fue imposible. Tendría
que quedarse allí, a la intemperie, hasta sanar. La idea era desoladora y sus
ojos se inundaron de lágrimas.
Mientras se lamentaba de sí misma, sintió
que un par de brazos la levantaban del suelo, y de pronto el mundo que la
rodeaba estaba en movimiento. Abatida y sin ganas de oponer resistencia, cedió
ante el joven que había visto tantas veces en sus pesadillas, y que ahora la
llevaba en su espalda hacia un destino desconocido.
(10) Haenyo: literalmente mujeres del mar,
quienes se ganan la vida buceando a pulmón para pescar moluscos.
(11) Ahgassi: forma respetuosa de decir
“señorita”, en coreano.
Lee los primeros episodios
Capítulo 3
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GISSI RODRÍGUEZ, Copyright 2013
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La Flecha de Joseon. Capítulo 4
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Gissi Rodríguez
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