23 de junio de 2018

La Flecha de Joseon. Capítulo 5

Fantasmas del pasado


“La puerta se abrió de pronto con tal violencia que un pequeño racimo de campanillas de latón que colgaba sobre ella, asustado, se puso a repiquetear, sin poder tranquilizarse en un buen rato”  
Michael Ende. «La Historia Interminable»

El rey extrañaba terriblemente a In Sung, ese joven leal, excepcional, atractivo y valiente, al que prácticamente había criado como al hijo que tantas veces había deseado, pero nunca había tenido. Se sintió incómodo por haberlo enviado a capturar al misterioso “Espadachín de Negro”.

In Sung, por su parte, sentía un sincero aprecio por el monarca de Joseon. Aunque el joven no era parte de la Guardia Real, le habían permitido adiestrarse al lado de los mejores oficiales y eruditos y le habían costeado su instrucción cívico-militar. Sobre todo, agradecía el hecho de poder estar cerca de Yoon Hee, sabía que de no ser por la orden de convertirse en guardaespaldas, no habría pasado tanto tiempo cerca de ella. El día que la conoció, juró lealtad al rey de por vida.

El Palacio del Este había estado cerrado desde la trágica muerte del príncipe Dae Hyun y su esposa. En ese lugar, además del despacho de los documentos oficiales, también se encontraban las habitaciones destinadas a ser utilizadas por el “Príncipe Heredero”. Como todos creían que el príncipe Lee Hwon había muerto en el incendio, se daba por hecho que no había ningún descendiente real para ocuparlas.

La entrada era custodiada por un par de guardias armados que impedían el paso. Esa noche, mientras los soldados realizaban su ronda habitual, escucharon ruidos extraños provenientes del interior. Pensaron que se trataba de un ladrón y corrieron a tocar el tambor que informa sobre la presencia de un intruso. En minutos se reunieron unos cuantos oficiales del ejército y se apersonó el jefe de la Guardia Real, quien ordenó:
–¡Confirmen quién anda allí y atrápenlo!

Los guardias se adentraron hacia el palacio a través del pabellón más cercano y con antorchas en las manos comenzaron a registrar las oscuras habitaciones y estancias. Al cabo de unos minutos se escuchó el grito desesperado de uno de los guardias:
–¡Un fantasma! ¡Es un fantasma!
Todas las antorchas se apagaron de repente y los guardias huyeron despavoridos. El capitán alcanzó a divisar una sombra espectral, en la cual reconoció al príncipe Dae Hyun. Era un ser fantasmal que repetía una y otra vez:
    
«Llegará el día en que mi muerte será vengada. Prepárense, porque volveré de mi tumba para llevar a mi hijo al trono. Él es el único y verdadero rey de Joseon»

El rey recibió en su despacho, informes especiales sobre lo sucedido esa noche y cayó en un estado de consternación evidente. Empezó a recordar la época de la tragedia, temiendo que alguien pudiera acusarlo de haber provocado la muerte de su hermano, aunque esos actos sangrientos habían sido obra del emperador Qing. Todavía habían muchas dudas por resolver: ¿A qué se referían esas palabras escritas con sangre en la habitación del príncipe Dae Hyun? ¿Quién era ese monje que vieron huir la noche de la tragedia? Con manos y voz temblorosa, mandó a llamar al eunuco real.

Yoon Hee iba recobrando la consciencia poco a poco, y sintió el calor emanado por la espalda del joven espadachín. Abrió los ojos con disimulo intentando ver su rostro. Al verlo, el corazón le dio un vuelco: sus facciones eran magníficas: los ojos, nariz y labios eran sublimes, casi perfectos, parecía la obra maestra de un talentoso artista. «¿Cómo un joven tan hermoso puede ser un asesino?», se preguntó con fascinación.

El espadachín extenuado, se detuvo un momento comprobando los alrededores. Divisó una cueva en la ladera de la montaña y se dirigió a ella. Al entrar,  soltó a Yoon Hee, quien cayó al suelo con un golpe seco.
–Aquí podrá descansar hasta que sane sus heridas, Ahgassi. En breve, enviaré a uno de mis hombres con alimentos y medicinas. Eso es todo lo que haré por usted. No pienso ayudarla si la encuentro de nuevo en apuros, así que no vuelva a cruzarse en mi camino.

Yoon Hee vio como el espadachín daba media vuelta para marcharse.
–¿Cuál es su nombre? –preguntó rápidamente.
–¿Quiere saber mi nombre? Llámeme "Justiciero de Joseon" –respondió el espadachín, perdiéndose de vista en la espesura del bosque.

Días más tarde, tras sanar sus heridas, Yoon Hee decidió que era momento de seguir buscando pistas sobre el paradero de In Sung. Luego de dos horas de  caminata, escuchó el galopar de caballos y se ocultó detrás de un par de arbustos espinosos. Desde allí, observó a varios hombres armados que portaban el estandarte real y se dirigían veloces hacia la montaña.  «El líder de estos hombres debe ser In Sung», pensó.

Los siguió hasta un improvisado campamento y se quedó vigilando a pocos metros de distancia hasta que fue vencida por el sueño.

Se despertó al anochecer, con el típico sonido de espadas chocando entre sí. Asustada, se incorporó de prisa, intentando descubrir lo que sucedía. La luz de algunas fogatas dispersas le permitió distinguir un grupo de soldados y rebeldes batiéndose en duelo. En el centro de ellos, vio a los líderes de ambos bandos... eran In Sung y el “Espadachín de Negro” enfrentados a muerte.

La lucha no tenía tregua. La luna, con sus rayos de plata, los iluminaba a ambos, como si en aquel duelo mortal se estuviera decidiendo el destino de Joseon.

Yoon Hee ahogó un grito de terror al ver que el espadachín desarmaba a In Sung. «Tengo que hacer algo para salvar su vida», se dijo a sí misma.

El espadachín, en lugar de asesinarlo, le entregó otra espada y le pidió que se levantara para seguir con el enfrentamiento.

In Sung, poniéndose de pie, intentó herir al rebelde. Yoon Hee casi al borde de la desesperación, tomó su arco y apuntó una flecha hacia el “Justiciero".

Antes de disparar, alcanzó a ver algo que hizo que un escalofrío recorriera su cuerpo: una de las espadas estaba grabada con el sello del emperador Qing.

Era tan hermosa y terrorífica como la había visto en sus sueños tantas veces. No podía creerlo, la tenía justo al frente de sus ojos, a pocos metros de distancia. El portador de la espada era uno de los dos jóvenes que luchaban entre sí en aquella noche fría. Yoon Hee se encontraba en presencia del príncipe Lee Hwon. Era un momento crucial, si continuaban luchando, uno de los dos moriría.

Debía salvar al “Príncipe Heredero”, era urgente. Logrando recobrar un poco la compostura, permitió que una ola de valor la invadiera, y por primera vez desde que había abandonado el palacio, estaba segura de lo que tenía hacer: levantó el arco, apuntó con determinación, y disparó una flecha... directamente hacia In Sung.   

Yoon Hee quería correr hacia él, y ayudarlo si aún se encontraba con vida, pero estaba paralizada. «¡Esto no es justo!», se repetía una y otra vez a sí misma. «¡He matado a In Sung, el joven que amo, para salvar al espadachín, portador de la espada grabada con el sello Qing!»

El espadachín, asombrado, divisó el lugar de dónde provenía la flecha que lo había salvado, montó en su caballo y se dirigió a toda prisa hacia Yoon Hee. La encontró temblando de pies a cabeza. 

De improvisto el espadachín la tomó del brazo y la subió al caballo, iniciando un galope desenfrenado,  adentrándose en la oscuridad de la noche sin mirar atrás.

Entre tanto, muy cerca del lugar, había un testigo silencioso presenciando los acontecimientos. Era un monje, que se dirigió hacia In Sung para comprobar si seguía con vida. In Sung, que aún respiraba, lo reconoció al instante y exclamó con voz entrecortada:
–¡Padre!

El monje, que no era otro sino el padre de In Sung, extrajo la flecha del cuerpo de su hijo, y comprimió la herida, evitando que la hemorragia fuera más severa.
–Padre –dijo In Sung con las pocas fuerzas que le  quedaban–. ¡El espadachín robó mi espada!

La noticia sobre la muerte de In Sung corrió como pólvora llegando hasta los aposentos del rey Seo Jin, quien profirió un grito desgarrador. No podía creer que el joven a quien amaba como a su propio hijo, hubiera muerto en batalla.


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Oleh

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